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El retorno de Emmanuelle

La llamaron "La diosa de los masturbadores". Sylvia Kristel encarnó los sueños eróticos de varias generaciones y su personaje, Emmanuelle, es todo un mito del cine. Hoy, a los 54 años, vuelve a la luz pública para narrar su increíble vida en un libro: Nue (Desnuda).

Por Enrique Patriau.

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Sylvia Kristel encarnó a Emmanuelle hace 32 años. Hoy, con los años encima, una fortuna dilapidada y cuentas por pagar, ha publicado Nue (Desnuda, en español), una biografía que tiene todas las características de un exorcismo y en la cual relata sus peripecias de mujer deseada por todos, aunque incapaz de ser feliz en el mundo real, fuera del ecran y de la cama.

Afirma que su principal intención es tirar por tierra el símbolo sexual que la obligaron a representar, muy a su pesar. Cuando le revelaron que sufría cáncer de garganta y de pulmón decidió que ya era tiempo de escribir sus memorias porque no quería marcharse sin dejar su versión de las cosas. Si antes se quitaba la ropa, ahora debía dejar caer la máscara. Asegura que es una manera de pedirle perdón a su hijo por sus excesos y de pagar sus extravagancias.

En el libro, Kristel (holandesa) apuesta por no dejar nada oculto (no es novedad, desde luego, como ustedes comprenderán). Así, relata cómo a sus nueve años un empleado del hotel de sus padres, en Utrecht, la molestaba sexualmente. Luego cuenta que encontró refugio en un colegio de monjas y que trabajó como secretaria en un negocio maderero. Por consejo de su madre se presentó al concurso de Miss Holanda TV, donde la descubrió Just Jaeckin, quien la convocó para la película que alborotaría las hormonas de la platea masculina francesa por 13 años consecutivos, el tiempo que Emmanuelle permaneció en las carteleras parisinas. Todo un récord.

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Kristel en 1989.

"Hace seis meses (volví a ver Emmanuelle) gracias a un DVD que me enviaron unos periodistas británicos. Me pareció mala, trasnochada, tontorrona. Era la primera vez que me atrevía a verla desde 1975. No me gustaba verme desnuda en el cine. Nunca he entendido por qué mi cuerpo atraía tanto a la gente", dice Kristel a un diario español, con notorios aires de arrepentimiento a sus 54 años.

Años no muy bien llevados, en realidad. Sus adicciones la avejentaron más de la cuenta. El periodista Rubén Amón, que tuvo la oportunidad de entrevistarla a raíz del lanzamiento de Nue, la describe espléndidamente: "Nadie podría reconocer a Emmanuelle en la cafetería que Sylvia Kristel frecuenta al abrigo de su domicilio de Amsterdam (Holanda). Conserva el pelo corto y los ojos clarísimos, a imagen y semejanza del mito masturbatorio, pero su aspecto orondo, ajado y sobrio la confunden con una catequista, con una matrona anónima o con una vecina jubilada del barrio".

Kristel se volvió dependiente de la cocaína y del alcohol y, según propia confesión, estuvo a punto de morir envuelta en sus propios excesos. Es lo que ella misma denomina una "atracción magnética hacia la autodestrucción", una "degradación progresiva, a veces inconsciente". La culpa de esa espiral hacia abajo, barreno indetenible, se la atribuye a la droga. De tanto esnifar se le había perforado el tabique nasal y no había señales de rehabilitación, pero el terror a quedar en el desamparo (su contador le había advertido que podía perder hasta su casa por el vicio) la ayudó a recuperarse.

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A la izquierda, Kristel como Emmanuelle. Al lado,  en la actualidad.

Su fama empezó a decrecer hacia la década de los ochentas. Ella detalla todo ese proceso en Nue. La gran revelación, empero, tiene que ver con su admisión de mujer pudorosa y pasiva frente al sexo (casi frígida), como si Sean Connery dijera que el oficio de espía se le antoja aburrido.

Kristel era muy consciente de que los hombres que la cortejaban (la lista es interminable, desde notables actores hasta prominentes políticos) esperaban toparse con la Emmanuelle de la película. La realidad era otra. Muchos de sus amantes le llegaron a reprochar su pasividad en la cama y su falta de imaginación. Quienes la buscaron como una extensión de sus fantasías más allá de una oscura sala cinematográfica, se dieron de narices.

Hoy su vida transcurre en soledad. Debió vender sus propiedades en París y su Cadillac blanco y alquila un departamento en Amsterdam. A veces no le alcanza para pagar sus recibos pero espera que las ventas de Nue la ayuden económicamente. No le teme a la muerte y desea ser abuela. Pero también aspira a que alguna vez pueda reconocérsele como una actriz "válida". "Quise ser grande y siempre fui niña", dice. Ahora es una mujer madura que, una vez más, se desnuda para los ojos de quienes la recuerdan con nostalgia y morbo

http://www.larepublica.com.pe/content/view/130945/

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