2 papas
LOS DOS JUAN PABLO
La muerte del Papa Juan Pablo II, nos lleva al libro de David Yallop, el eminente periodista inglés que después de tres años de ardua investigación llegó a la conclusión de que Albino Luciani o Juan Pablo I, fue asesinado por un poder nada santo dentro de EL Vaticano.
La causa de ello, según la tesis de Yallop, es que las reformas que estaban en la agenda de Albino Luciani, que incluían aspectos doctrinarios, sociales y también de financieros (sinceramiento en el Banco del Vaticano), afectaban al poderoso sector conservador de la Iglesia. Cuando Juan Pablo II llegó a la cima de la carrera eclesiástica nadie habló más de esos cambios.
Que su reino no fuera de este mundo no ha impedido que los sucesores de Cristo forjaran uno de los poderes terrenales más incólumes. En esa tendencia los papas han sido íconos que fortalecieron la fe pero también las inversiones. Desde la época de Costantino -siglo IV de la era del señor- el poder de la Iglesia fue creciendo más que todos los regímenes de aquí o de allá, de oriente u occidente, de corte privado (sociedad anónima) o estatal (capitalismo burocrático de Estado).
No se sabe con exactitud cuánto tiene en bienes la Iglesia; en cambio sí se sabe que en los tiempos de la guerra fría y de la post modernidad hubo hombres que forjaron una Iglesia que supo atesorar con sentido pragmático.
Pablo VI gobernó quince años; Juan XXIII, cinco; Juan Pablo I, treinta y tres días; Juan Pablo II, veintiséis años. La Iglesia en el última mitad del siglo XX, ha tenido que hacer frente a temas complejos: las dos guerras mundiales; el ascenso y desmoronamiento del fascismo y del nazismo; el derrumbe del modelo soviético; la revolución científico técnica; la ofensiva del neoliberalismo y del poder norteamericano, etc.
El mérito de Juan Pablo II radica en su capacidad para renovar y conservar la Iglesia, cambiar su estilo manteniendo su esencia, y ponerla a buen recaudo de las miradas de desconfianza de los mortales, que percibían cómo las olas de la corrupción la devoraban.
Paul Marcinkus, el hombre del Vaticano que modernizó los negocios de la Iglesia Católica y convirtió al Vaticano en Sociedad Anónima -narra Yallop-, dijo en una oportunidad: "no se puede dirigir la Iglesia con preces a María". Con esa visión la Iglesia negoció con el poder económico: se benefició de la bolsa y los impuestos de regímenes nada humanistas y formalmente creyentes.
El Vaticano, poder económico y cabeza espiritual de mil millones de personas, tuvo que aprender a vivir como centro de fe y centro de poder económico y financiero. Juan Pablo II, a tono con la modernidad, dividió los ambientes de la casa: fe y banca unidos pero no revueltos; acaso actualizando como nunca la frase bíblica: lo que hace tu mano derecha que no lo sepa tu izquierda, y viceversa.
Marcinkus no fue el único pero sí uno de los más hábiles negociantes del poder católico. Cuando Juan Pablo I decidió ponerle el ojo y el guante, el Papa se fue de este mundo a los 33 días de ser ungido cabeza terrenal de la Iglesia. Una de las observaciones de Yallop es que la Iglesia tenía que aprender a moverse en el mercado como pez en el agua; tenía que aprender a actuar, pues, "no le convenía al Vaticano Sociedad Anónima, especialmente cuando algunas de sus empresas fabricaba unos pequeños y paradójicamente embarazosos productos como píldoras anticonceptivas, contra las cuales no hacía mucho que Pablo VI había invocado las iras de Dios".
El Papa Juan Pablo II no movió un dedo para cambiar esa realidad, sólo se concentró en darle a la Iglesia la orientación espiritual que ratificaba el valor del dogma.
Aunque tomó abierta posición en algunos casos, se calló en otros: pidió perdón a las víctimas del holocausto y condenó la invasión en Irak pero no condenó las masacres que se produjeron en Centro América, donde las víctimas mayoritariamente fueron indígenas; fustigó a los seguidores de la teología de la liberación pero dio todas las facilidades para el avance del reaccionario Opus Dei.
Mantuvo distancia respecto del sacrificio de monseñor Arnulfo Romero de El Salvador pero canonizó a José María Escrivá de Balaguer. Es verdad que llegó a la Cuba de Fidel como llegó también al Chile de Pinochet, quien se benefició de los favores de Michele Sindone, otro de los jerarca de los negocios del Vaticano Sociedad Anónima.
Lo cierto es que el Papa supo ser el pastor que tenía paciencia para que las ovejas no se salgan del rebaño. Pidió "pan para los pobres". Rompió esquemas y fue en busca de los fieles. Detrás de él un enorme aparato publicitario lo seguía. Supo establecer en directo una comunicación con millones de personas. Acaso por ello pudo escuchar y hablar del clamor y la esperanza de los hambrientos.
Será difícil encontrar un Papa que pueda caminar por encima de las aguas. Juan Pablo II fue capaz de ello. Las masas creyentes y no creyentes suelen ser movidas por las emociones, por ello es que cuando el poder terrenal de la Iglesia se dio cuenta que era posible hacer del Papa un símbolo, no retaceó ni se detuvo en miramientos.
Todo indica que a partir de ahora el Papa Peregrino adquirirá también la gracia de hacer milagros. Al poder de la Iglesia ya le hizo uno: borrar de las mentes de los creyentes el recuerdo de Juan Pablo I, su predecesor y dejar en un rincón las investigaciones que debieron esclarecer su muerte.
Ojalá que con la misma efectividad ilumine a los cardenales para que elijan a un sucesor que se comprometa con la inmensa humanidad tan urgida de un mundo justo donde todos tengan derecho a alimentar el cuerpo y también el espíritu.
Por Julio Yovera Bayona.
La muerte del Papa Juan Pablo II, nos lleva al libro de David Yallop, el eminente periodista inglés que después de tres años de ardua investigación llegó a la conclusión de que Albino Luciani o Juan Pablo I, fue asesinado por un poder nada santo dentro de EL Vaticano.
La causa de ello, según la tesis de Yallop, es que las reformas que estaban en la agenda de Albino Luciani, que incluían aspectos doctrinarios, sociales y también de financieros (sinceramiento en el Banco del Vaticano), afectaban al poderoso sector conservador de la Iglesia. Cuando Juan Pablo II llegó a la cima de la carrera eclesiástica nadie habló más de esos cambios.
Que su reino no fuera de este mundo no ha impedido que los sucesores de Cristo forjaran uno de los poderes terrenales más incólumes. En esa tendencia los papas han sido íconos que fortalecieron la fe pero también las inversiones. Desde la época de Costantino -siglo IV de la era del señor- el poder de la Iglesia fue creciendo más que todos los regímenes de aquí o de allá, de oriente u occidente, de corte privado (sociedad anónima) o estatal (capitalismo burocrático de Estado).
No se sabe con exactitud cuánto tiene en bienes la Iglesia; en cambio sí se sabe que en los tiempos de la guerra fría y de la post modernidad hubo hombres que forjaron una Iglesia que supo atesorar con sentido pragmático.
Pablo VI gobernó quince años; Juan XXIII, cinco; Juan Pablo I, treinta y tres días; Juan Pablo II, veintiséis años. La Iglesia en el última mitad del siglo XX, ha tenido que hacer frente a temas complejos: las dos guerras mundiales; el ascenso y desmoronamiento del fascismo y del nazismo; el derrumbe del modelo soviético; la revolución científico técnica; la ofensiva del neoliberalismo y del poder norteamericano, etc.
El mérito de Juan Pablo II radica en su capacidad para renovar y conservar la Iglesia, cambiar su estilo manteniendo su esencia, y ponerla a buen recaudo de las miradas de desconfianza de los mortales, que percibían cómo las olas de la corrupción la devoraban.
Paul Marcinkus, el hombre del Vaticano que modernizó los negocios de la Iglesia Católica y convirtió al Vaticano en Sociedad Anónima -narra Yallop-, dijo en una oportunidad: "no se puede dirigir la Iglesia con preces a María". Con esa visión la Iglesia negoció con el poder económico: se benefició de la bolsa y los impuestos de regímenes nada humanistas y formalmente creyentes.
El Vaticano, poder económico y cabeza espiritual de mil millones de personas, tuvo que aprender a vivir como centro de fe y centro de poder económico y financiero. Juan Pablo II, a tono con la modernidad, dividió los ambientes de la casa: fe y banca unidos pero no revueltos; acaso actualizando como nunca la frase bíblica: lo que hace tu mano derecha que no lo sepa tu izquierda, y viceversa.
Marcinkus no fue el único pero sí uno de los más hábiles negociantes del poder católico. Cuando Juan Pablo I decidió ponerle el ojo y el guante, el Papa se fue de este mundo a los 33 días de ser ungido cabeza terrenal de la Iglesia. Una de las observaciones de Yallop es que la Iglesia tenía que aprender a moverse en el mercado como pez en el agua; tenía que aprender a actuar, pues, "no le convenía al Vaticano Sociedad Anónima, especialmente cuando algunas de sus empresas fabricaba unos pequeños y paradójicamente embarazosos productos como píldoras anticonceptivas, contra las cuales no hacía mucho que Pablo VI había invocado las iras de Dios".
El Papa Juan Pablo II no movió un dedo para cambiar esa realidad, sólo se concentró en darle a la Iglesia la orientación espiritual que ratificaba el valor del dogma.
Aunque tomó abierta posición en algunos casos, se calló en otros: pidió perdón a las víctimas del holocausto y condenó la invasión en Irak pero no condenó las masacres que se produjeron en Centro América, donde las víctimas mayoritariamente fueron indígenas; fustigó a los seguidores de la teología de la liberación pero dio todas las facilidades para el avance del reaccionario Opus Dei.
Mantuvo distancia respecto del sacrificio de monseñor Arnulfo Romero de El Salvador pero canonizó a José María Escrivá de Balaguer. Es verdad que llegó a la Cuba de Fidel como llegó también al Chile de Pinochet, quien se benefició de los favores de Michele Sindone, otro de los jerarca de los negocios del Vaticano Sociedad Anónima.
Lo cierto es que el Papa supo ser el pastor que tenía paciencia para que las ovejas no se salgan del rebaño. Pidió "pan para los pobres". Rompió esquemas y fue en busca de los fieles. Detrás de él un enorme aparato publicitario lo seguía. Supo establecer en directo una comunicación con millones de personas. Acaso por ello pudo escuchar y hablar del clamor y la esperanza de los hambrientos.
Será difícil encontrar un Papa que pueda caminar por encima de las aguas. Juan Pablo II fue capaz de ello. Las masas creyentes y no creyentes suelen ser movidas por las emociones, por ello es que cuando el poder terrenal de la Iglesia se dio cuenta que era posible hacer del Papa un símbolo, no retaceó ni se detuvo en miramientos.
Todo indica que a partir de ahora el Papa Peregrino adquirirá también la gracia de hacer milagros. Al poder de la Iglesia ya le hizo uno: borrar de las mentes de los creyentes el recuerdo de Juan Pablo I, su predecesor y dejar en un rincón las investigaciones que debieron esclarecer su muerte.
Ojalá que con la misma efectividad ilumine a los cardenales para que elijan a un sucesor que se comprometa con la inmensa humanidad tan urgida de un mundo justo donde todos tengan derecho a alimentar el cuerpo y también el espíritu.
Por Julio Yovera Bayona.
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